En el interesantísimo film de Nanni Moretti, Habemus Papa, se plantea una cuestión fundamental: el poder y su impacto en los elegidos para ejercerlo. Con gran astucia, Moretti no cae en la trampa de mostrar la parte sucia de la política o la manipulación del voto popular por medio de artimañas, golpes de efecto y chicanas vergonzosas; eso ya se ha visto infinidad de veces. El director y guionista prefiere referirse a una elección cerrada y ultrasecreta: nada más y nada menos que el acto eleccionario entre cientos de candidatos al cargo de Sumo Pontífice. O sea, el elegido por hombres que representan lo más alto de la cúpula del poder de la Iglesia Católica. Europeos, australianos, africanos, asiáticos y latinoamericanos forman el cónclave que luego de arduas deliberaciones hará aparecer en el firmamento romano la fumata blanca que hará estallar de júbilo a cientos de miles de fieles que aguardan expectantes la consagración del nuevo jefe de la Iglesia. Pero nada de eso va a ocurrir. Simplemente porque el electo, el oscuro y modestísimo cardenal Melville, por extrañas razones, se niega a asumir tal responsabilidad. De la perplejidad pasa al ataque de pánico y de ahí en más a una huida desesperada por los lujosos laberintos del Vaticano. No vacilan ante semejante calamidad en recurrir a los servicios del mejor psicoanalista italiano, un inefable Moretti en rol actoral, agnóstico, ateo e intelectual, muy probablemente de izquierda, aunque no se mencione explícitamente. El Papa está tan bloqueado que no puede explicarle nada coherente al profesional y logra escapar vestido de civil por las calles de Roma tomando contacto con una realidad que su largo encierro en los claustros le hizo ignorar. Su relación con esas vivencias perdidas y olvidadas le hace recordar su infancia, su adolescencia, su primera vocación, la de ser actor; su fracaso en pruebas y audiciones que lo pusieron frente a frente a su falta de talento, algo que sí tenía su hermana, que llegó a interpretar al gran Chéjov y sus clásicos: La gaviota y Tío Vania.
El psicoanalista entretanto, encerrado en el Vaticano por el carácter secreto de su presunta terapia, se entretiene formando equipos deportivos con los obispos. De todo ese enredo en tono de comedia lunática, sazonada con la ácida impronta satírica de Moretti, brota el tema principal: la autocrítica, la responsabilidad y los pies en la tierra de un hombre honesto que tiene el coraje y no la cobardía de asumir sus límites, ese hombre que interpretando la parte más piadosa de la religión duda de su capacidad para el cargo. Tiene conciencia de que se necesita un cambio profundo desde arriba hacia abajo para que la gente vuelva a tener fe, verdadera fe y no fanatismos histéricos más parecidos a la intolerancia que a la misericordia, pero no cree en su capacidad para llevar a cabo tal empresa. Por eso sale al balcón y renuncia.En estas épocas de arrogantes que se creen poseedores de la varita de Harry Potter y que avasallan al poco sentido común que todavía queda en el mundo, este cardenal magistralmente interpretado por el gran Michel Piccoli, con sus gloriosos 81 años resplandecientes de talento, eleva su voz trémula para agradecer la fe de sus electores y la devoción de su pueblo universal, pero también para afirmar, ya sin dudas ni cavilaciones, que no está a la altura de las necesidades de un mundo complicado y cambiante.
Moretti ha declarado públicamente su desagrado ante la catastrófica administración de Berlusconi y su derecha de mano dura y frivolidad más que blanda, pero también ha castigado a la izquierda por su inutilidad y su falta de coherencia. El cree, como muchos creemos, que el poder está enfermo por muchos costados y que sólo la coherencia y el verdadero sentido de la solidaridad y los valores de honestidad y verdad podrán cambiar los males que nos aquejan y es muy bienvenida esta parábola satírica al estilo de moderna fábula acerca del hombre honesto que no vacila en reconocer sus propios límites.
Deberían ver este film muchos que se lanzan a las lides políticas sin preparación ni responsabilidad, creyendo que la difícil tarea de gobernar es soplar y hacer botellas.
* El autor es actor y escritor.
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