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24.6.11

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Cambalache

Trampa mortal




 
Poder tener poder, querer tener poder, perder poder, ganar poder y abusar del poder son todas o casi todas las circunstancias que involucran esa palabra breve y enorme al mismo tiempo. Todos lo tenemos, lo hemos tenido o soñamos con tenerlo y creemos que poseerlo es triunfar. La vida nos enseña que no siempre es así. Muchas veces el poder aísla y deja muy solo al que lo ostenta. Tomar decisiones soberanas en cualquier nivel, ya sea individual o colectivo, pone al hombre al borde de abismos y frente a encrucijadas difíciles. Cuando uno obedece órdenes irrevocables de los jefes, la responsabilidad de los actos perpetrados recaerá en los que mandan y uno no sentirá demasiados remordimientos en el caso de que las consecuencias no hayan sido las mejores. En cambio, cuando somos los poderosos los que ordenamos, sus resultados caerán sobre nuestras cabezas como una corona o una guillotina. Por eso es imperioso dilucidar si tenemos la fuerza y la seguridad para aguantar el peso del poder o si preferimos limitarnos a cumplir con nuestras obligaciones lo mejor que nos sea posible y conformarnos con la satisfacción del deber cumplido. Cuando se llega a tener poder por méritos reales, respetando a los otros y por lo tanto a uno mismo, generando con nuestros actos armonía y paz, seguramente vamos a disfrutar de esa felicidad inefable de encontrar un sentido a nuestra vida. El abuso del poder, en cambio, provoca una sensación de omnipotencia muy agradable en un comienzo, un frenesí algo perverso después y, casi invariablemente, una decadencia lamentable afrontando venganzas de los humillados que pueden precipitarnos en abismos de locura y frustración. No obstante somos débiles y sucumbimos más veces de lo deseable en la tentación de probarnos a nosotros mismos -y especialmente a los demás- que estamos hechos con la madera de los grandes, los invencibles, los superhombres y los impunes.
Pero la realidad y la historia muestran muchas más caídas y ocasos de esos sujetos gigantes que triunfos estables y duraderos de por vida.
Nerón, Calígula, Napoleón, Hitler, Mussolini, la Grecia esplendorosa de Homero, la Roma imperial, el reino español de Carlos V donde nunca se ponía el sol debido a su extensión y miles de ejemplos más de la gran historia se suman a millones de caídas estrepitosas de caudillos mandamás, tiranuelos y favoritas reales o presidenciales. Es casi una regla que los que abusan son, tarde o temprano, abusados.
Hoy en día vemos un desfile de ídolos con pies de barro revolcarse en el lodo mediático impiadoso de estos tiempos. Y vemos también cómo el eterno factor demostrativo del poder, o sea el viejo y querido sexo, es la gran boca por la que mueren los peces gordos. Eso no es nuevo, claro, sólo que va adoptando formas cada vez más grotescas, burdas y patéticas. Hijos adulterinos de gobernantes que se niegan a hacerse el ADN hasta que no tienen más remedio que efectuarlo ante el acoso periodístico, el bochorno general y la burla sanguinaria de pueblos hartos de tanta hipocresía. De la Argentina a Italia, pasando por Paraguay y Estados Unidos, episodios como estos serruchan el piso a políticos otrora invencibles. El director del FMI, organismo adorado y odiado en iguales proporciones por los países fuertes y los débiles, acostumbrado al apriete, presiona a camareras de hotel y dice que todo es una conspiración. ¿Conspiración de camareras de hotel? Es bastante difícil de creer que los opositores paguen a una mucama y si lo hacen, ¿no será porque el tal monsieur se ha ganado una fama de mujeriego lo suficientemente frondosa como para apretar esa tecla? Hillary Clinton lo defiende porque ella sabe lo que es estar casada con un pícaro lancero que debido a su gran poder se dejó llevar por su impulso, y en lugar de hacerlo con cierta discreción en algún rincón privado eligió el Salón Oval para decirse a sí mismo lo hago desde donde ejerzo el poder. Desde jefes de familia a gobernantes, con sexo o sin sexo, el abuso es una vergonzosa trampa mortal.