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21.4.11

La urbe sobre ruedas


En el libro Diarios de bicicleta, el músico David Byrne describe las ciudades que conoció en sus giras desde la óptica de un ciclista. Aquí, un extracto de la introducción




Desde principios de los años ochenta, he usado la bicicleta como principal medio de transporte en Nueva York. Primero lo hice a modo de prueba, y me sentí cómodo incluso en una ciudad como Nueva York. Me dio una sensación de energía y libertad. Tenía una vieja bicicleta de tres marchas, una reliquia de mi infancia en las afueras de Baltimore, y para la ciudad de Nueva York no necesitas mucho más. En aquellos tiempos, mi vida estaba más o menos restringida al centro de Manhattan -el East Village y el SoHo- y enseguida me di cuenta de que la bicicleta era una forma fácil de hacer recados durante el día o de trasladarme de manera eficiente a clubes, galerías de arte o locales nocturnos, sin tener que buscar un taxi o la parada de metro más cercana. Ya sé que uno no piensa normalmente en que salir de copas y montar en bicicleta sea algo compatible, pero hay muchas cosas que ver y oír en Nueva York, y descubrí que corretear de un sitio a otro en bicicleta era sorprendentemente rápido y eficaz. Así que me quedé con la bicicleta, a pesar de su aura demodé y del peligro que entrañaba, ya que por entonces muy poca gente circulaba en bici por la ciudad. Los conductores de aquellos tiempos no estaban acostumbrados a compartir la vía con los ciclistas, y te cortaban el paso o te lanzaban contra los coches aparcados, incluso más que ahora. Al hacerme un poco mayor quizá consideré también que pedalear era una buena forma de hacer un poco de ejercicio, pero al principio no pensaba en eso. Simplemente, me sentía bien deambulando por aquellas sucias calles llenas de baches. Era muy estimulante.

A finales de los ochenta descubrí las bicicletas plegables, y como mi trabajo y mi curiosidad me hacían viajar a diferentes partes del mundo, solía llevarme una. La misma sensación de libertad que había tenido en Nueva York se repitió al pedalear por varias de las principales ciudades del mundo. Me sentía más conectado con la vida de la calle de lo que lo habría estado dentro de un coche o en cualquier tipo de transporte público: podía pararme cuando quisiera; a menudo (muy a menudo), era más rápido que un coche o un taxi para desplazarme entre dos puntos, y no tenía que seguir ninguna ruta fija. El ambiente y la vida de la calle me envolvían y el estímulo se repetía en cada ciudad. A mí me resultaba adictivo.

Ese punto de vista -más rápido que un paseo a pie, más lento que un tren, a menudo algo más alto que una persona- se ha convertido en mi ventana panorámica en gran parte del mundo durante los últimos treinta años. Es una gran ventana que da a un paisaje principalmente urbano (no soy un corredor ni un ciclista deportivo). A través de esa ventana puedo entrever la mentalidad de mi prójimo, expresada en la ciudad donde vive. Las ciudades, comprendí, son manifestaciones físicas de nuestras creencias más profundas y de nuestros pensamientos muchas veces inconscientes, no tanto como individuos, sino como el animal social que somos. A un científico le basta con observar lo que hemos hecho -las colmenas que hemos creado- para saber qué pensamos y qué nos importa, y también cómo estructuramos esos pensamientos y esas creencias. Está todo ahí, a la vista, en campo abierto; no hacen falta escáneres TAC ni antropólogos culturales para saber cómo discurre la mente humana: su funcionamiento interior se manifiesta en tres dimensiones a nuestro alrededor. Nuestros principios y nuestras esperanzas son a veces bochornosamente fáciles de descifrar. Están ahí, en las fachadas, los museos, los templos, las tiendas, los edificios de oficinas y en cómo esas estructuras se relacionan entre sí o, a veces, en cómo dejan de hacerlo. Nos cuentan, en su propio lenguaje visual: "Esto es lo que creemos que importa, así es cómo vivimos y cómo actuamos". Ir en bicicleta entre todo esto es como navegar por las vías neuronales colectivas de una especie de enorme mente global. Es realmente una excursión por el interior de la psique colectiva de un grupo compacto de gente. Un viaje fantástico, pero sin efectos especiales cutres. Nos permite percibir el cerebro colectivo -feliz, cruel, falso y generoso- en funcionamiento y en juego. Infinitas variaciones sobre temas familiares se repiten y se suceden: triunfales o melancólicos, con esperanza o resignación, las permutaciones no paran de desplegarse y multiplicarse.

Es cierto que en la mayoría de esas ciudades yo estaba de paso, y se podría decir que mi visión era, por definición, superficial, limitada y particular. Es verdad, y muchas de las cosas que he escrito sobre ciudades puede ser entendido como una forma de exploración introspectiva, usando la ciudad como espejo. Pero creo también que en una estancia breve el visitante puede percibir los detalles, las particularidades visibles, de manera que la visión general y los entresijos de la ciudad aparecen casi por sí solos. La economía se revela en los escaparates de las tiendas, y la historia en los marcos de las puertas. Curiosamente, al acercar el microscopio para observar el detalle, la perspectiva se ensancha al mismo tiempo. Cada uno de los capítulos de este libro se centra en una ciudad en concreto, aunque podía haber incluido muchas más. No resulta sorprendente que diferentes ciudades tengan sus propios rostros únicos y formas peculiares de expresar lo que consideran importante. A veces, las cuestiones que uno se plantea y la forma de pensar parecen casi predeterminadas por cada paisaje urbano. Así, por ejemplo, algunos capítulos acabaron más centrados en la historia dentro del paisaje urbano, mientras que otros se fijan en la música o el arte, dependiendo de la ciudad en cuestión. Naturalmente, algunas ciudades son más complacientes que otras para el ciclista. No sólo geográficamente o por el clima, aunque eso también cuenta, sino por los modos de conducta que se fomentan y por la manera en que se organizan algunas ciudades. Sorprende cómo las menos complacientes son a veces las más interesantes. Roma, por ejemplo, es asombrosa si uno va en bicicleta. El tráfico automovilístico en las ciudades del centro de Italia es conocido por sus atascos, así que uno puede moverse a buen ritmo con una bicicleta y, evitando las famosas colinas de la ciudad, uno puede desplazarse con fluidez entre una vista fantástica y la siguiente. No es en absoluto una ciudad acogedora para los ciclistas -en esas grandes urbes, la atmósfera de sálvese quien pueda no ha alentado la creación de carriles seguros para bicicletas-, pero si uno acepta esta realidad, por lo menos temporalmente, y es prudente, la experiencia es muy recomendable. Estos diarios empezaron hace por lo menos una docena de años. Muchos fueron escritos durante visitas de trabajo a diversas ciudades; en mi caso, para un concierto o una exposición. Mucha gente tiene trabajos que los obligan a viajar por todo el mundo. Descubrí que ir en bicicleta unas cuantas horas al día -o incluso solamente de casa al trabajo y viceversa- me ayuda a mantener la cordura. Hay gente que se siente aturdida y desorientada cuando viaja, ya que se desliga del entorno físico que le es familiar, lo cual a su vez afloja ciertas conexiones en la psique. En ocasiones es beneficioso -puede abrir la mente, sugerir nuevas percepciones-, pero con frecuencia es también traumático. Algunos se repliegan en sí mismos o se encierran en la habitación de su hotel cuando el lugar les es extraño, o se desinhiben en exceso en un intento de conseguir cierta forma de control. Para mí, la sensación física del transporte autoimpulsado, junto con la impresión de autocontrol inherente a esa situación sobre dos ruedas, tiene un efecto vigorizante y tranquilizador que, aunque pasajero, me basta para estar centrado el resto del día. Suena como una forma de meditación, y de alguna manera lo es. Realizar una actividad familiar, como conducir un coche o ir en bicicleta, lo sitúa a uno en una zona que no requiere demasiada profundidad o implicación. Es una actividad repetitiva, mecánica, y distrae y mantiene ocupada la parte consciente de la mente, al menos parcialmente, de una manera que requiere cierta dedicación pero no mucha, sin que ello implique mantener la guardia baja. Eso favorece un estado mental que permite que una parte, aunque no demasiado grande, del inconsciente fluya. Para quien crea que una parte importante del origen de su trabajo y de su creatividad se debe a ese fluir, este es un buen sitio donde buscar esa conexión. De la misma manera que algunos problemas desconcertantes se resuelven a veces durante el sueño, cuando la parte consciente de la mente está abstraída en algo, la inconsciente se pone en funcionamiento. A lo largo del proceso de escritura de estos diarios, he visto cómo algunas ciudades, como Nueva York, se volvían radicalmente más acogedoras para los ciclistas, mientras que en otras los cambios han sido lentos y graduales: no han alcanzado aún el punto de inflexión que representa el aceptar la bicicleta como medio de transporte práctico y válido. Algunas ciudades se han hecho más habitables y, a resultas de ello, han conseguido incluso cierto beneficio económico, mientras que otras se han hundido aún más en la fosa que ellas mismas empezaron a cavar décadas atrás. Hablaré de estos progresos, de urbanismo y de política, en el capítulo sobre la ciudad de Nueva York, y explicaré mi limitada participación en la política local (así como en la cultura del entretenimiento) a fin de hacer que mi ciudad resulte más acogedora para las bicicletas y, creo, un lugar más humano donde vivir. La mayoría de las ciudades norteamericanas no son nada acogedoras para los ciclistas. Tampoco lo son para los peatones. Son acogedoras para los coches o, al menos, se esfuerzan por serlo. En la mayoría de estas ciudades se podría decir que las máquinas han vencido. Vida, urbanismo, presupuestos y tiempo: todo gira alrededor del automóvil. A la larga, esto es insostenible, y a corto plazo significa baja calidad de vida. ¿Cómo se ha llegado a esta situación? Quizá debamos culpar a Le Corbusier por su visionaria propuesta, La ciudad radiante, de principios del pasado siglo. Sus propuestas utópicas -ciudades (sólo rascacielos, en realidad) enmarañadas en una red viaria de múltiples carriles- se adaptaban a la perfección a lo que las compañías petrolíferas o del automóvil deseaban. Dado que cuatro de cada cinco de las mayores corporaciones siguen siendo compañías de gas o de petróleo, no es extraño que estas visiones extravagantes y propicias para los coches hayan persistido. Durante la posguerra, General Motors era la mayor compañía del mundo. Su presidente, Charlie Wilson, decía: "Si es bueno para GM, es bueno para el país". ¿Sigue pensando alguien que GM se interesaba por el bien del país? Quizá también podamos culpar de ello a Robert Moses, que con tanto éxito cercenó Nueva York con autovías elevadas y desfiladeros de hormigón. Su fuerza de voluntad y su proselitsimo tuvieron un gran efecto. Otras ciudades copiaron su ejemplo. O quizá debamos culpar a Hitler, que construyó autopistas para que tropas y suministros accedieran de manera rápida, eficiente y segura a todos los puntos del frente durante la Segunda Guerra Mundial.(...)

9.4.11

Tráfico Rodado


Abro este blog con la intención de escribir sobre la circulación y el tráfico rodado, y así contribuir poniendo mi granito de arena, explicando, exponiendo y criticando todo aquello que crea de interés para los demás.


La Autobahn de Alemania


Como casi todo el mundo sabe la red de autopistas de Alemania, conocida como Autobahn, carece de límite de velocidad. Sin embargo, no es tan conocido que esta ausencia de límite se extiende "solo" al 50% de los aproximadamente 12.000 kilómetros de que consta la citada autopista. Y los que hemos tenido la suerte de conducir por ella sabemos que cuando se viaja por un tramo limitado, este límite se respeta completamente. Pero en cuanto se ve la indicación de fin de la prioridad… ¡pista libre!. Lo cierto es que en la Autobahn se corre mucho, pero se corre bien. Si queréis ver un vídeo sobre esta autopista y en general sobre la perfección alemana (a ver si se nos pega algo), podéis pinchar aquí.



Viendo esto, me llama muchísimo la atención cómo en España estamos obsesionados con la velocidad, obsesionados con limitarla, quiero decir. La DGT coloca radares fijos y móviles por doquier, lanza campañas donde se indica que si corres te matas y se señala al que corre como un asesino en potencia, un irresponsable, un desviado social (técnicamente correr es ir a más de 120 km/h). Y lo cierto es que cala en la sociedad y cada vez más personas se sienten encantadas y seguras porque existen radares, como si por eso dejara de haber accidentes. Bueno, sobre este tema concreto hablaré en otro post dando datos para rechazar estas afirmaciones.



Pero sigamos hablando de la Autobahn. Esta red de autopistas conecta toda Alemania por lo que constituye un elemento esencial para su red transportes y comunicaciones. Cuidan cada detalle de esta autopista, desde su detalladísima planificación hasta su posterior mantenimiento y conservación. Esto, ligado al "buen hacer" de los conductores alemanes (considerados como unos de los mejores del mundo), el servicio de vigilancia de la autopista que controla absolutamente todo lo que ocurre en ella, los servicios de emergencia con unos tiempos medios de respuesta excelentes, un sistema de señalización e información para el conductor 100% eficaz, hacen que sea más segura por kilómetro que las autopistas americanas, donde existen unos límites de velocidad muy restrictivos.

¿Y cómo consiguen que se circule rápido, cómodo y seguro? Pues invirtiendo mucho dinero y pensando mucho (son alemanes). A modo de resumen:
Toda la Autobahn está llena de camaras que graban y visualizan cada punto de ella.

Dispone de multitud de sensores que registran las condiciones meteorológicas en cada punto lanzando las alarmas pertinentes, por ejemplo, para mandar máquinas quitanieves.

Tiene sensores de velocidad que detectan si se está produciendo una retención, en cuyo caso se configuran los paneles informativos unos kilómetros más atrás, y se configuran carriles adicionales de manera totalmente automática.

Tiene un sistema se señalización estática y dinámica perfectamente estudiado, de manera que si existe una señal es porque de verdad aporta información importante. Se trata de no cansar al conductor ni desviar su atención con información irrelevante. Además, el sistema de señalización tiene un plan rutinario de mantenimiento y conservación impresionante.

El asfalto tiene un espesor de entre 55 y 85 cms que hace que el pavimento no se deteriore con el paso de vehículos pesados a lo largo del tiempo. Además, dispone de un sistema de drenaje de agua que impide que se formen charcos y se produzca el aguaplanning, y contribuye a conservar mejor el pavimiento (al agua es un agente tremendamente nocivo para el aslfato).

Tiene una normativa que impide que la autopista se incline más de un 4% y que existan curvas con un radio inferior a un umbral determinado. Esto permite que los vehículos circulen a velocidades semejantes lo que reduce enormemente el riesgo de accidentes por alcances.

La policía dispone de vehículos super rápidos y los propios agentes están especialmente entrenados para conducir a gran velocidad y poder dar alcance a posibles vehículos infractores.

En fin, una amalgama de tecnología, medios y personal ingente.

Alemania es uno de los principales países del mundo en cuanto a investigación, producción industrial, economía, medicina, tecnología… etc. y la verdad es que poderse desplazar rápidamente desde un punto a otro de Alemania creo que es un factor clave de esta prosperidad. Que un estudiante pueda asistir a clases o conferencias, un agente comercial pueda visitar clientes, un investigador pueda desplazarse a un laboratorio para colaborar en un proyecto, ingenieros o directivos puedan reunirse asiduamente para comentar los detalles de su trabajo y todos ellos lo hagan a 300 km de su casa u oficina de forma habitual porque invierten solo 2 horas en el trayecto, creo que es capital en este desarrollo. Nosotros, en cambio, si tenemos que ir a Valencia por cualquiera de estas circunstancias tenemos que escoger otros medios de transporte porque en el vehículo privado, respetando las normas, se te van 4,5 horas para ir y otras tantas para volver.

Echad un vistazo al video que creo que merece la pena. Disfrutarlo.
Un abrazo a todos/as.
Publicado por Juan Lorenzo Arellano

3.4.11

Fukushima y los mitos de la fuga radiactiva

¿Una aproximación a la verdad?

Fukushima y los mitos de la fuga radiactiva


Wade Allison
Universidad de Oxford

Última actualización: Lunes, 28 de marzo de 2011


En el accidente nuclear en Three Mile Island no hubo muertos.

Más de 10.000 personas murieron por el tsunami en Japón y los sobrevivientes tienen frío y hambre.
Pero los medios de comunicación se han concentrado en la radiación nuclear, por la que nadie ha muerto y por la que es probable que nadie muera.

Historias relacionadasCómo afecta la radiación al medio ambienteLos peligros del agua contaminada en JapónEl agua de Tokio no es apta para bebés por la radiaciónLa radiación nuclear a niveles muy altos es peligrosa, pero la magnitud de la inquietud que suscita está mal fundada.
La tecnología nuclear cura a incontables pacientes de cáncer cada día, y una dosis de radiación aplicada mediante radioterapia en un hospital no es diferente en principio de una dosis similar recibida en el medio ambiente.
¿Qué ocurrió en 1979 en el accidente nuclear en Three Mile Island, esa isla del estado de Pensilvania, Estados Unidos?
Ahí no hubo muertos.
clic Vea las imágenes de Fukushima desde adentro

¿Y en Chernobyl, el accidente nuclear de 1986, considerado "el más grande de la historia"?

El más reciente informe de Naciones Unidas, publicado el pasado 28 de febrero, confirmó la cifra de víctimas ya conocida: murieron 28 de los trabajadores de emergencia. Además 15 niños fallecieron por cáncer de tiroides, muertes que pudieron haber sido evitadas si hubieran tomado tabletas de yodo (como lo están haciendo ahora en Japón).
En cada caso, las cifras son una minucia si se comparan con las 3.800 víctimas en Bhopal, India, en 1984, quienes murieron debido a la fuga de químicos de la planta de pesticidas Union Carbide.

¿Y la radiación en Fukushima? ¿Cómo se compara con la de Chernobyl? Miremos las mediciones.

El nivel más alto de radiactividad reportado hasta las 19.00 horas (GMT) del 22 de marzo, en cualquiera de las prefecturas de Japón era de 12kBq por metro cuadrado (para el isótopo radiactivo de cesio, cesio-137).

El becquerel (Bq) es una unidad que mide la actividad radiactiva, y equivale a una desintegración nuclear por segundo.
Un mapa de Chernobyl en el informe de la ONU muestra regiones con diferentes tonalidades según el nivel de radiación, con un máximo de 3.700 kBq.
Áreas del mapa con menos de 37 kBq por metro cuadrado no son marcadas.
En términos redondos, esto sugiere que la lluvia radiactiva en Fukushima es menos del 1% de la de Chernobyl.
Los reactores modernos están mejor diseñados que los de Fukushima y los del futuro serán aún mejores.
El otro radioisótopo importante es el yodo, que puede causar cáncer de tiroides en niños.
Éste sólo se produce cuando el reactor está encendido y se deteriora rápidamente una vez que se apaga (tiene un promedio de vida de ocho días). Las viejas barras de combustible en Fukushima, aunque radiactivas, no contienen yodo.
En Chernobyl la cantidad total de yodo y cesio fue liberada durante la explosión inicial.
En Fukushima, por tanto, cualquier fuga de yodo debería ser mucho menos del 1% de la de Chernobyl, con un efecto aún más reducido por las tabletas de yodo.
Desafortunadamente, las autoridades reaccionaron ofreciendo una orientación excesivamente precavida, y esto simplemente escaló la inquietud del público.
Reacción exageradaEn el aniversario 16 de Chernobyl, las autoridades de radiactividad en Suecia, admitieron en un escrito publicado en el diario Dagens Nyheter, de Estocolmo, que su reacción fue exagerada al establecer el nivel seguridad a un grado demasiado bajo y al desaprobar el 78% de toda la carne de reno de manera innecesaria, a un gran costo.
"Deben crearse nuevos estándares de seguridad, basados no en cómo excluir la radiación de nuestras vidas, sino en cuánta podemos recibir sin daño."
Desafortundamente, los japoneses parecen estar repitiendo el mismo error.
El 23 de marzo, recomendaron que los niños no deberían de beber agua de la llave en Tokio, ciudad en la que, un día antes, se había detectado una actividad de 200 Bq por litro.
Pongamos esto en perspectiva.
La radiactividad natural en cada cuerpo humano es de 50 Bq por litro. Por tanto, 200 Bq por litro realmente no va a causar mucho daño.
Durante la Guerra Fría se hizo creer a la mayoría de la gente que la radiación nuclear presenta un peligro bastante excepcional comprendido sólo por "intelectuales" trabajando en establecimientos militares secretos.
Para enfrentar el "fuego amigo" de esta propaganda nuclear en el ámbito nacional, se establecieron las regulaciones más rigurosas que se hayan decretado hasta ese momento con el fin de mantener todo contacto con la radiación "tan bajo como sea razonablemente factible", principio que, en inglés, se volvió un acrónimo: ALARP, "As Low As Reasonably Practicable".
Este intento de tranquilizar es la base de las actuales regulaciones internacionales de seguridad radiactiva, las cuales sugieren un límite máximo para el público de 1mSv por año sobre los niveles naturales.
Esta cifra tan baja no es un nivel peligroso, más bien es una adición pequeña a los niveles encontrados en la naturaleza.
Un británico, por ejemplo, está expuesto a 2,7 mSv por año, en promedio.
El sievert (símbolo Sv) es una unidad que mide la dosis de radiación absorbida por la materia viva.
En mi libro "Radiación y Razón" aduzco que un nivel de peligro responsable basado en la ciencia moderna sería de 100 mSv por mes, con un límite total de 5.000 mSv, no 1 mSv por año.
Nueva actitudLa gente se preocupa de la radiación porque no pueden sentirla. Sin embargo, la naturaleza tiene una solución.
A madres y bebés en Tokio se les repartió agua embotellada.

En años recientes se ha descubierto que las células vivas se sustituyen y remedian por sí mismas de varias maneras para recuperarse de una dosis de radiación.



Estos mecanismos inteligentes se disparan en cuestión de horas y raramente fallan, excepto cuando están sobrecargadas, como en Chernobyl, donde la mayoría de los trabajadores de emergencia que recibieron una dosis mayor de 4.000 mSv en pocas horas murieron en semanas.
Sin embargo, los pacientes sujetos a radioterapia normalmente obtienen una dosis de más de 20.000 mSv en tejido saludable vital cercano al tumor en tratamiento.
Este tejido sobrevive sólo porque el tratamiento se esparce por varios días para darle tiempo a las células sanas para que se reemplacen o reparen.
De esta manera, muchos pacientes pueden disfrutar de más años de vida satisfactorios, aun cuando muchos de sus órganos vitales recibieron el equivalente de una dosis de más de 20.000 mSv por encima del límite anual recomendado internacionalmente, lo cual hace que este sea un límite nada razonable.
Se necesita un cambio del tamaño del océano en nuestra actitud hacia la radiación y debe comenzar con la educación y la información pública.
Luego deben crearse nuevos estándares de seguridad, basados no en cómo excluir la radiación de nuestras vidas, sino en cuánta podemos recibir sin daño, y conscientes de los otros peligros que nos acechan, como el cambio climático y la pérdida de energía eléctrica.
Quizá un nuevo acrónimo es necesario para orientar la seguridad radiactiva. ¿Qué tal AHARS, As High As Relatively Save (tan alta como sea relativamente segura).
Los reactores modernos están mejor diseñados que los de Fukushima, los de mañana podrían ser aún mejores, pero no deberíamos esperar.
El desperdicio radiactivo es horrible pero la cantidad es pequeña, especialmente si es reprocesado. En cualquier caso, no es un problema intratable como muchos suponen.
Alguien podría preguntarme si yo aceptaría que este desperdicio fuera enterrado 100 metros debajo de mi casa.
Mi respuesta sería: "Sí, ¿por qué no? De manera más general: debemos dejar de correr de la radiación.

 Allison es físico médico y nuclear de la Universidad de Oxford. Es el autor de "Radiación y Razón" (2009).

Fuente BBC